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sábado, 29 de octubre de 2011

Josep M. Jansà, el nuevo hombre del tiempo

Josep M. Jansà
1901-1994

Nubes de evolución, chubascos intermitentes, borrascas y anticiclones. Lo que hoy es lenguaje informativo habitual fue antes conjuro de brujería. Cuando mirar al cielo era descifrar un mensaje encriptado, los mapas de isobaras manuales no podían ir más que un día por delante. Si Josep Maria Jansà fue un pionero de la meteorología balear no es de extrañar que le llamaran 'El Profeta del Mediterráneo'.

Nació en Reus, pero un traslado profesional de su padre –catedrático de Matemáticas y responsable de meterle el gusanillo de la meteorología en el cuerpo– le llevó hasta Menorca en 1913. Allí continuó sus estudios de Bachillerato y se licenció en Físicas –a distancia– en la Universidad de Barcelona. Lo de meteorólogo vino después, con una formación prácticamente autodidacta.

"La meteorología a nivel estatal comenzó a organizarse a partir de 1860 con una red de observatorios, dos de los primeros en Palma y Mahón, pero sus responsables eran sólo aficionados", explica el director del Centro Meteorológico de Baleares e hijo de nuestro protagonista, Agustín Jansà. En 1929 su padre formó parte de la primera generación de meteorólogos profesionales, él destinado al observatorio de la Base Naval de Mahón.


Antoni Roca i Flaquer, el doctor de las epidemias

Antoni Roca i Flaquer
1825-1900

Antoni Roca i Flaquer fue un superhéroe en los tiempos en que las miasmas centraban la atención sanitaria. Una especie de cazafantasmas clínico contra todos aquellos efluvios malignos que, como se creía, desprendían los cuerpos enfermos y las materias corruptas. Un mal invisible llamado epidemia contra el que él luchó, sin apenas medios, a capa y espada.

Nacido en Mahón en 1825, Antoni Roca i Flaquer puso el punto y seguido a la saga de empresarios de la navegación que predominaba en su familia. Con él se inició de prestigiosos médicos. Después de cursar la enseñanza básica en Ciutadella, se trasladó a la Universidad de Barcelona para estudiar Física experimental y Química. 

En 1843 comenzó sus estudios en Medicina por los que obtuvo el grado de Bachiller en Medicina y Cirugía y, dos años después, el título de licenciado. Sería en ese mismo año cuando leyó una memoria: "Com obra el cloroform en l'economia humana, i en quines circumstàncies està indicat o deixat d'estar-ho?", su primer texto científico.


Hernández Morejón y el modélico Isla del Rey

Antonio Hdez. Morejón
1773-1836

Su llegada a Menorca fue un reconocimiento a su carrera. El éxito en la detención de una epidemia con la creación de un lazareto en la valenciana Serra de la Solana y el brote declarado en Mahón le llevaron a ser nombrado médico del hospital militar de la Isla del Rey. El mismo centro que luego se transformaría en el frente de las críticas más duras de su topografía médica. Un volumen que Hernández Morejón propondría, con todo lujo de detalles, la creación de un nuevo hospital.

La suspensión de la enseñanza de la Medicina en las universidades en 1799 truncó su carrera docente. Antonio Hernández Morejón, nacido en Alaejos (Valladolid) en 1773, había sido nombrado catedrático sustituto antes incluso de acabar la carrera de Medicina en la Universidad de Valencia. Aquel revés le convirtió en médico rural por distintas comarcas valencianas.

Fue con aquella nueva faceta con la que conseguiría un ascenso. Destinado en Onil, tuvo que hacerse cargo de una epidemia en la zona. Una situación que el médico resolvió con la organización de un lazareto en la Sierra de la Solana. El éxito conseguido y la declaración de un nuevo brote en Mahón llevaron al Tribunal del Protomedicato a destinarle al hospital militar de la Isla del Rey.

Émile Cartailhac, el prehistoriador incrédulo


Émile Cartailhac
1845-1921

En los tiempos de Cartailhac la Prehistoria era una disciplina naciente. Una rama de estudio tan nueva y misteriosa que, en su incredulidad, le llevó a renegar de las pinturas rupestres de Altamira. En su camino hacia el mea culpa, hizo que la arqueología se centrara en aquel periodo y reformuló nuevas teorías sobre los monumentos prehistóricos baleares en las que las taulas eran la columna de antiguos centros de reunión tribal.

Nació en Marsella en febrero de 1845 y estudió Derecho antes de confiar en que sus excursiones a los dólmenes de Aveyron pudieran ser la semilla de una nueva profesión. Su primera oportunidad llegó con la Exposición Universal de París de 1867, donde fue el responsable de la sección de Prehistoria. Para entonces ya había colgado la toga de abogado.

Su relación con España comenzó con una polémica. En 1879, Émile Cartailhac y el prestigioso arqueólogo Gabriel de Mortillet, pusieron en duda la autenticidad de los restos de arte rupestre encontrados en la cueva cántabra de Altamira, descubierta una década antes. Tardaría 23 años en desdecirse. Un tiempo durante el que no cesaron sus estudios en el país.


sábado, 22 de octubre de 2011

Vell marí, la odisea de la especie

Quizá Ulises nunca vio a las sirenas. Tal vez se tapó los oídos con cera y pidió ser atado al mástil en balde. Lo que asomó en la superficie parecía tener cabeza humana y, al sumergirse, lucía una extraña cola de doble aleta. Si se echa mano de la Historia Natural, aquellos seres serían focas monje. Una especie a la que la ciencia llegó tarde para salvar.

Plutarco y Plinio El Viejo ya referenciaron su existencia e incluso se ganó un hueco en la Historia animalium de Aristóteles a quien algunos autores adjudican una primera disección. Sin embargo, no fue hasta 1779 cuando Johann Hermann dio nombre a aquel animal marino de piel grisácea y vientre blanco cuya evolución era paralela a la del propio Mediterráneo. El francés tuvo la posibilidad de examinar un ejemplar que acompañaba a una compañía circense de Venecia. Su nombre sería foca monje porque los pliegues de su cuello le recordaban a los de un hábito y porque parecía un animal solitario.

«Aquella primera descripción científica fue un gran avance como estudio para demostrar que era una especie diferente, pero hasta los años 60 del pasado siglo apenas hubo un goteo de publicaciones», afirma el investigador y ex presidente del GOB, Xisco Avellà. En España la primera información aparece entre los siglos XVII y XVIII tras el avistamiento de un ejemplar en la playa de Cullera (Valencia).


Bartolomé Sureda, un maestro mallorquín para los caprichos pictóricos de Goya

Bartomeu Sureda
1769-1851

"Dibújame un cordero", le pedía incansablemente el Principito al Aviador. "Dibújame un retrato", debió de rogar también Bartolomé Sureda a Francisco de Goya. Sin caja, ni hierba, ni agujeros para respirar. Pero sí como a un hombre juvenil e inteligente. Era la culminación de una relación en la que habían intercambiado los papeles de aprendiz y maestro. Sureda había enseñado a Goya la técnica clave de sus grabados: el aguatinta.

Después de Leonardo Da Vinci, pocos personajes han sabido encarnar la mentalidad de su época. Entre ellos –aunque quizá a menor escala– cabe recordar al mallorquín Bartolomé Sureda. «Personalizaba la modernidad y la aplicación práctica de las artes como correspondía a la mentalidad ilustrada», asegura la profesora de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y directora de la Fundación Lázaro Galdiano, Jesusa Vega.

Nació en Palma en una familia de carpinteros y estudió Dibujo y Grabado ya desde muy joven en la Escuela de las Nobles Artes creada por la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País. Su talento y su actitud llamaron rápidamente la atención de dos personajes que serían fundamentales en su trayectoria: Tomás de Verí –corresponsal de los Amigos del País en Madrid– y el ingeniero canario Agustín de Betancourt. 


jueves, 13 de octubre de 2011

J.J. Rodríguez Femenías, el 'broker' del alga menorquina

J.J. Rodríguez Femenías
1835-1905

Qué movió a Joan J. Rodríguez Femenias a fijar su atención en los fondos marinos sigue siendo casi un misterio. Tal vez él, empresario terrestre, vio en las estepas abisales un oasis libre de explotación. O quizá se preguntara qué eran aquellas plantas viscosas que le rascaban las piernas cuando nadaba en la playa. Una inversión de aficionado que brilló por encima de cualquiera de sus negocios.

Nació en Mahón hijo de un próspero comerciante pero no tuvo más estudios que la escuela primaria. Sin embargo, probablemente fue aquella procedencia la que le permitió iniciarse en el mundo de los negocios poco antes de hacer el que sería el descubrimiento de su vida: la botánica. "Fue con la visita a Menorca de Colombiers, un inspector de correos francés que llegó en la época de los ensayos telegráficos entre Mahón y Argel. Era un naturalista aficionado y contagió al menorquín", explica el historiador Josep Miquel Vidal.

Pronto la botánica fue un campo demasiado amplio y Rodríguez Femenias buscó refugio en la algología en la que se formó de manera autodidacta y con la correspondencia con una veintena de algólogos con Bornet y Grunow como maestros. En aquel momento era un campo de la ciencia prácticamente desconocido "y con muy pocos estudios en el Mediterráneo occidental" que hizo del menorquín un pionero y referente más allá de España. No fue hasta finales del siglo XIX cuando la algología experimentó un gran desarrollo en todo el país.


Jeroni Orell, el botánico de los helechos

Jeroni Orell
1924-1995

Tenía 43 años cuando decidió dedicarse en exclusiva a la botánica. Mediaba la década de los 60 y había conseguido ser uno de los pocos naturalistas que había sobrevivido al yermo científico que siguió a la Guerra Civil. Tal vez la dedicación de Jeroni Orell a la investigación teórica fuera menor, pero aún hoy continúa siendo uno de los padres del herbario y el Jardín Botánico de Sóller.

Nació allí en junio de 1924. En la vall de les taronges donde su formación quedó pronto vinculada a los hermanos de La Salle. Las excursiones escolares fueron su primer contacto con la naturaleza. La Carlina carymbosa, una especie de cardo amarillo, sería la primera planta que conocería. Luego, con su traslado a la escuela del Pont d'Inca, llegaría a sus manos el herbario del Hermano Bianor (ver entrada), un religioso y botánico francés que se había refugiado en Mallorca.

"Más que científico, el herbario tenía carácter divulgativo y servía para distinguir a las escuelas que lo poseían", explica el director del Jardín Botánico de Sóller, Josep Lluís Gradaille. Aquella colección vegetal marcaría el inicio de su orientación a la botánica. Pese al desierto científico en que quedaría convertida España tras la Guerra Civil, sería entonces cuando Orell aumentara su vinculación con la disciplina.


viernes, 7 de octubre de 2011

François Aragó, el espía geodesta de Napoleón

François Aragó
1786-1853

Si la suerte radica en estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, podríamos decir que François Aragó fue –para lo bueno y para lo malo– un experto en el fenómeno. Un suertudo que con apenas veinte años llegó a Baleares para acabar las mediciones del meridiano de París. La mala fortuna hizo que sólo un año después le pillara allí el levantamiento contra las tropas napoleónicas.

François Aragó nació en Estagel, una pequeña población cercana a Perpiñán. Su sueño de infancia fue siempre estudiar en la Escuela Politécnica de París, pero una vez dentro, se dio cuenta de que aquella formación le quedaba corta. Con sólo 18 años su talento y una recomendación le permitieron convertirse en secretario del Observatorio de París. Allí le llegó su primera casualidad.

La muerte de Pierre Méchain había interrumpido el proyecto de medición del meridiano de París, aún quedaba pendiente la prolongación hasta Baleares.
Su cargo le hizo ser incluido junto a Jean Baptiste Biot en el grupo que completaría el proyecto y permitiría obtener un mayor conocimiento sobre la figura de la Tierra. 

«Ninguno de los dos tenía experiencia en la técnica de la triangulación geodésica, pero consiguieron convertirse en expertos en el manejo del círculo repetidor de Borda, el instrumento que utilizaban los geodestas de la época», afirma la investigadora y autora de François Aragó y Mallorca: la prolongación del meridiano de París a las Baleares 1803-1808, Elena Ortega.


Miquel de Petra, el capuchino de los números

Miquel de Petra
1741-1803

Vistió el hábito con la edad más baja permitida, pero pronto fue mucho más que un simple religioso. La devoción y tal vez su parentesco con Junípero Serra, del que era sobrino, llevaron a Miquel de Petra a ingresar en los capuchinos con sólo 14 años. Y su sabiduría, a convertirse en matemático en la única orden que contaba con un museo de Historia natural y en un arquitecto que concibió los planos de su nuevo convento.

Nació en enero de 1741 como Miquel Ribot Serra, pero su localidad natal prontó le llevó a ser conocido como Miquel de Petra. Parece que la cercanía con su tío, fray Junípero Serra, marcó ya sus primeros estudios. Aprendió latín con los franciscanos observantes petrers y después amplió su formación en Palma de la mano de los jesuitas.

Era aún un niño cuando decidió entrar en la vida religiosa. Pidió su admisión en los Mínimos de Palma pero éstos, según recoge Miquel López Bonet en Fra Miquel de Petra i la història dels caputxins a Mallorca, le rechazaron por su baja estatura. Los capuchinos le aceptarían poco después y en 1755 vestiría ya su hábito. Tenía 14 años, la edad canónica más baja permitida.

Pronto Miquel de Petra dio muestras de sus grandes dotes intelectuales. Se dedicó no sólo al estudio de la filosofía y la teología, sino también al del arte y las matemáticas. Primero, se convirtió en profesor de los estudiantes de su convento. Allí, tras la petición del Ayuntamiento a la cúpula de la orden, sería pionero en enseñar la filosofía experimental de Ramon Llull en 1758. 


John Frederic Bateman, el secador inglés de S'Albufera

John Frederic Bateman
1810-1889

Imagine toda S’Albufera de Alcúdia convertida en un campo de cultivo. En un inmenso arrozal, concretamente. Antes de su visión turística y medioambiental la zona era sólo una ciénaga fuente de fiebres y paludismo. En 1862 llegó el mesías, el doctor empresario John Frederic Bateman.

"Aquellos dilatados y tétricos cañaverales en cuyas deletéreas brumas se cernía pavorosa la imagen de la muerte". Así describía la Revista de Obras Públicas la percepción que se tenía de S’Albufera en el siglo XIX. «Era una zona de ambiente enfermizo origen de muchas fiebres, enfermedades y paludismo. Siempre se decía que a Sa Pobla iban a vivir quienes no tenían otro lugar», añade el investigador y geólogo Andreu Muntaner.

Al mal estado de la salud pública se sumaban las crecidas de sus aguas que arrasaban muchas tierras de labor. Una situación inaguantable que hizo que proliferaran los intentos de desecación desde el siglo XVIII. La gran productividad de la zona hacía pensar en un aprovechamiento agrícola además del saneamiento.


Gaspar Bennázar, un paisajista para Palma

Gaspar Bennazar
1869-1933

"Esta pasada noche ha reinado en la explanada de La Lonja una extraordinaria animación, una desusada forma de trabajo que congregaba a un gran número de curiosos", relataba La Almudaina. Aún no existía el NO-DO ni su característica voz en off, pero la prensa se hacía eco de las sucesivas construcciones de Gaspar Bennázar que, cual pantanos, se iban inaugurando. Había pasado apenas medio siglo, pero había transformado Palma de cabo a rabo instaurando los cimientos de la modernidad.

Nació en agosto de 1869 en la misma Palma que reconvertiría años después. Nunca fue un hombre de utopías y por eso, ya avanzada su carrera de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, se dio cuenta de las pocas salidas profesionales que un ingeniero podía tener en aquella época. El ataque de cordura llegó poco antes de 1899, el año en que finalmente se tituló en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid e ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Habían pasado sólo dos años desde su titulación cuando en 1901 obtuvo por concurso la plaza de arquitecto municipal de Palma. Un cargo que mantendría hasta su muerte en 1933. Su figura enlutada con el traje cubierto de polvo, el sombrero y los bolsillos repletos de gomas y puntas de lápiz empezó a ser habitual en los rincones más insospechados de Ciutat.


Francesc Español, el rastreador cavernícola

Francesc Español
1907-1999

Pasaron seis años desde que Francesc Español descubrió lo que parecía una nueva especie de coleóptero cavernícola hasta que Jeannel lo corroboró bautizándolo como Speophilus españoli. Fue el impulso definitivo que centró su interés por la zoología en la entomología. Una faceta con la que llegó a Baleares en los años 30 para catalogar el universo de endemismos de las cuevas pitiusas.

La vocación de Francesc Español estaba clara desde su adolescencia. Nació en Valls (Tarragona) en 1907 y ya cuando estudiaba Bachillerato en la misma localidad, empezó a interesarse por los insectos. Su colección de coleópteros y hemípteros llegaba a las cuarenta cajas, material que años después iría a parar al Museo de Zoología de Barcelona.

Poco después se centraría en el estudio de la fauna cavernícola. Tenía sólo 17 años cuando, en 1924 y en la cueva de Traça (Tarragona), descubriría su primera nueva especie. El ejemplar fue enviado al entomólogo francés René Jeannel al Museo Nacional de Historia Natural de París. El experto tardaría seis años en confirmar el hallazgo y bautizarlo como Speophilus españoli


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