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domingo, 20 de mayo de 2012

Enric Gros, un espía entre la flora

Enric Gros
1864-1949

Cuando murió llevaba catorce años instalado en Mallorca y era, según dicen, «más pobre que una rata». Su nombre no aparecería entre las grandes personalidades científicas del siglo XX, pero Enric Gros había sido uno de los hombres fundamentales para el desarrollo de la botánica. Sobre una mula había recorrido España como un espía en busca de especies vegetales. Baleares acabaría por ser su refugio definitivo.

Nació en Franciac de la Selva (Girona) en 1864, en una familia de pastores. Probó diferentes oficios, desde leñador a segador pasando por carbonero del bosque, y a los 20 años aprendió a leer y escribir. Tal vez fue entonces cuando Enric Gros decidió emprender el gran viaje de su vida. Cuba parecía un destino atractivo además de un lugar en el que encontrar un empleo mejor. El Hospital de las Ánimas de La Habana le incorporó pronto a su equipo. Primero, como jardinero y después como voluntario para los primeros experimentos sobre la vacunación contra la fiebre amarilla. Las pruebas comenzaban con la picadura de mosquitos infectados. El catalán fue uno de los pocos que logró sobrevivir.

De regreso a Barcelona, Gros conoció a uno de los personajes más destacados en la ciencia del momento: el naturalista y oceanógrafo Odón de Buen (ver entrada). Lo que el aragonés vio en él es casi un misterio, pero no dudó en contratarle como ayudante de prácticas para su laboratorio en la universidad de la Ciudad Condal. Al fundar en 1906 el Laboratorio biológico-marino de Porto Pi, le trasladaría a Palma. Seis años después, pasaría como mozo de laboratorio al centro de Málaga.

El laboratorio del seminario

Un cuaderno de contabilidad de 1862 recuerda la primera compra de instrumentos. Hacía sólo cuatro años que el Seminario de Ciutadella había arrancado después de que la isla restaurara su diócesis. En él se desarrolló la enseñanza de las ciencias naturales y, siguiendo el decreto Cañal, se creó el primer laboratorio de física. Durante muchos años Menorca no fue una diócesis independiente. La sede estaba en Mallorca y esto, junto a la falta de recursos económicos, hizo que no se planteara la creación de un seminario. Los menorquines que querían seguir la carrera eclesiástica tenían que salir de la isla. Sin embargo, la restauración de la diócesis en 1785 dio un giro a las circunstancias.

El obispo Tomás de la Roda Rodríguez primero, y la reina Isabel II después, autorizaron la creación de un seminario. El centro –dotado con 4.000 duros anuales de subvención además de los ingresos por matrículas con los que contaba– era el encargado de proporcionar una formación adecuada a los religiosos. En 1858 la escuela abría sus puertas.

Aquélla fue una fecha señalada. Durante unos años y tras el cierre de la Escuela Náutica de Mahón, el Seminario se convirtió en el único centro de enseñanza secundaria. «Los documentos que se conservan apuntan a que también había alumnos no religiosos que se preparaban allí para después obtener el título», señala la licenciada en Física e investigadora, Paz Carreras. Una especie de preparación por libre para el examen final que se realizaba en Palma.
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