Ramon Llull
1232-1315
Dicen que tenía 84 años cuando Ramon Llull llegó a Bugía. Quería predicar el evangelio en territorio musulmán. Contaba con el permiso del regente de la ciudad pero, según la tradición, nada impidió que fuera lapidado por sus sermones. Con la llegada de sus restos a Mallorca comenzó un periplo científico para demostrar la autenticidad de aquel martirio. Tres autopsias principales se sucedieron hasta certificar, en 1985, que el Beato no murió víctima de aquella supuesta tortura.
No era la primera vez que Llull predicaba en la zona, donde ya había sufrido cárcel, destierro y persecución. En aquella ocasión, según recogieron los cronistas, fue lapidado por musulmanes en la ciudad argelina de Bugía. Pese a que se le dio por muerto, unos mercaderes genoveses comprobaron que aún respiraba después de pedir su cuerpo a las autoridades.
Al parecer, el Beato falleció al llegar a Mallorca, a donde el viento había desviado el barco de los comerciantes en su regreso a Génova. El cadáver fue depositado, de manera provisional, en un arca en la sacristía del convento de San Francisco de Palma. La certeza de que la Iglesia le canonizaría pronto hizo que no se le enterrara.
A finales del siglo XVI, un incendio destruyó toda la sacristía. Un desastre del que sólo se salvó el arcón con el cuerpo de Llull, y que hizo crecer aún más el interés por su figura. Cuando en 1611 se realizó el primer estudio del cadáver, aún quedaban testigos de aquel milagro.
La autopsia llegó en diciembre de ese año. Una procesión con cruz alzada precedió la apertura del sepulcro. La multitud que se agolpó en la iglesia impidió que los restos se estudiaran públicamente, como se pretendía. Jurados, médicos, religiosos y cirujanos aplazaron el análisis a la noche, ya a puerta cerrada.
El objetivo era identificar las huellas del martirio que Ramon Llull había sufrido en Bugía con vista a «suplicar» su canonización y mostrar «a la Santa Curia romana los milagros y la muerte gloriosa» del mallorquín. En su conclusión, cuatro heridas en la cabeza –dos por piedra y dos por espada– se señalaban como la huella de aquella tortura. Además, se descubrió una quinta lesión por objeto punzante.
«Aquel estudio contó simplemente con una descripción morfológica, en parte porque la medicina de la época aún no era científica», explica el doctor Bartomeu Nadal. Sin embargo, pasaron más de 300 años hasta que se afrontó un nuevo análisis. Éste, realizado en 1915, coincidiría con el sexto centenario del Beato.
El 12 de junio se exhumó el cuerpo y se emitió un informe médico. Se repitieron las descripciones anatómicas y patográficas y se determinó que el cadáver era el de un hombre de edad madura y de talla aproximada 1,67 metros.
El estudio apuntaba que todos los restos analizados pertenecían al mismo cuerpo, aunque enumeraba la gran cantidad de huesos ausentes, entre ellos la clavícula derecha, numerosas costillas o todos los dedos de los pies. Los frecuentes traslados que había sufrido en los primeros siglos podrían haber provocado la rotura y pérdida de los huesos.
El fallo era, para los expertos, la falta de de demostraciones científico-técnicas y de referencias sobre los métodos empleados. «La medicina legal estaba en pleno desarrollo, pero el análisis fue muy superficial. Mallorca estaba aislada y la práctica médica aquí tenía cierto retraso con respecto a los conocimientos generales. Además había muy pocos profesionales», señala Nadal.
El propio doctor protagonizó, en 1985, la última autopsia realizada al Beato. Peritos médicos, cirujanos, traumatólogos y antropólogos intervinieron en un estudio que se alargó durante 20 días. Los restos se trasladaron también a un gabinete radiológico para someterse a radiografías y seriografías.
Las nuevas técnicas –«aún no existía el ADN», recuerda Nadal– permitieron la identificación del grupo sanguíneo y del tipo picnico de Llull. Tenía la cabeza y la frente grandes, medía 1,61 metros y contaba con más de 80 años al morir, pese al buen estado de su columna lumbar y de todo su esqueleto.
El estudio del cuerpo –parcialmente momificado y colocado en el sepulcro sin ningún orden anatómico– se completó con el de un maxilar inferior que había sido extraído como reliquia. Sin embargo, el cráneo volvió a ser el centro de atención. «El corte longitudinal que se había identificado con un golpe de espada era, en realidad, un surco creado por la salida de una arteria», detalla Nadal. Pero sí se encontró una exóstosis en la parte frontal, una inflamación en la superficie del hueso a causa de un traumatismo. «Este hallazgo fue muy importante porque se relacionaba con una posible pedrada recibida en Bugía», añade el doctor.
Pero el veredicto final era claro: «Ramon Llull no murió lapidado porque parte de las heridas que tenía en la cabeza eran postmortem. Y la exóstosis sirvió para demostrarlo, porque es una afección crónica, el cuerpo no tiene tiempo de provocarla tan rápido», continúa Bartomeu Nadal. Y ahí, en el sepulcro de San Francisco, el Beato continúa esperando su canonización.
Baleópolis nº147 06-03-2012
Fuentes
NADAL, Bartomeu. Ramon Llull: autopsia
REVERTE COMA, José Manuel. Magnicidio. Raimundo Lulio
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