Páginas

Mostrando entradas con la etiqueta siglo XVIII. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta siglo XVIII. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de octubre de 2013

Jovellanos, el naturalista


Gaspar Melchor de Jovellanos
1744-1811

"Privado de papel, pluma, lápiz, tintero u otra cosa con que pudiera escribir". Así tenía que transcurrir el encierro de Gaspar Melchor de Jovellanos en el castillo de Bellver. Pero lo cierto es que los seis años que pasó en la fortaleza fructificaron en varias obras. Entre ellas, una minuciosa descripción de la zona que incluía animales y plantas. Una faceta naturalista que ya en la Cartuja de Valldemosa le había llevado a escribir una flora medicinal hoy perdida.

Nació en Gijón en enero de 1744. Un ilustrado de ideas renovadoras que se instaló en Madrid a finales de la década de los 70. La reforma educativa, la desamortización de tierras y la nueva ley agraria fueron algunos de sus frentes. Pero el estallido de la Revolución francesa en 1789, el miedo español al contagio y la llegada al trono de Carlos IV, acabaron por apartar de la vida pública a los pensadores más avanzados. Entre ellos, Jovellanos.

Consiguió ser ministro de Gracia y Justicia nombrado por Godoy en 1797, pero apenas se mantuvo un año en el cargo. Las intrigas de la Corte, los enemigos políticos y otras tantas acusaciones conllevaron no sólo su destitución, sino también su detención. En marzo de 1801 era un prisionero del Estado obligado a trasladarse a Mallorca.

En abril llegaba a la Cartuja de Valldemossa. Las órdenes eran impedirle cualquier comunicación con el exterior. Y allí, recluido en su celda, Jovellanos acabó por caer enfermo. Los cartujos se encargaron entonces de atenderle. El prior, incluso, pidió a la Corte que le rebajaran el castigo. Y, sin esperar respuesta, proporcionó al prisionero libros y papel para escribir además de permitirle paseos por los alrededores.

Joaquín Jaquotot y sus falsos 'zombies'

Grabado de William Hogarthen.
Joaquín Jaquotot
1726-1813

Apoplejía, sofocación, síncope, espasmo. Los síntomas de la enfermedad fueron siempre una preocupación en la carrera médica de Joaquín Jaquotot. Por entonces, a mediados del XVIII, aún resultaba muy complicado distinguir la muerte del coma profundo. La cantidad de enterrados vivos le llevó a colaborar en un manual que permitiera identificar y resucitar a «los muertos aparentes».

Nació en Palma en septiembre de 1726 con la profesión ya grabada en el ADN. Su padre, Nicolás Jaquotot, había sido médico de Luis XV. Joaquín, el penúltimo de sus seis hijos, pudo presumir de tener también una carrera brillante. Desde 1773 ocupó diversos cargos públicos en el Ayuntamiento de Palma: fue diputado, síndico personero –una suerte de defensor del pueblo– y comisionado médico para los enfermos de Alcúdia.

En 1778 su trayectoria cobró un nuevo impulso. Jaquotot no sólo se convirtió en profesor de la Facultad de Medicina de Palma, sino también en uno de los fundadores de la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País (RSEMAP), constituida aquel mismo año. Entre sus objetivos estaba la difusión de las ciencias de acuerdo con el espíritu ilustrado.

Eran tiempos complicados para la medicina. No se diferenciaba la muerte verdadera del coma profundo o el letargo provocado por causas como la catalepsia o el desmayo. «Si, como en varios países, España entre ellos, se practicaba la inhumación en un plazo breve, existía el peligro de ser enterrado vivo. Y efectivamente ocurría con bastante frecuencia», explica Paula de Demerson en Muertos aparentes y socorros administrados a los ahogados y asfixiados en las postrimerías del siglo XVIII.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Francisco Puig, el cirujano renovador

Francisco Puig
1720-1797

Francisco Puig tenía la categoría de jubilado cuando llegó a Mallorca en 1788. Tenía 68 años, pero estaba empeñado en demostrar que no era un hombre acabado. La Isla le brindó la oportunidad de promover los estudios de cirugía, como siempre había defendido. Un año después, la creación de la Escuela de Anatomía y Cirugía de Mallorca consiguió importar la renovación científica que Pere Virgili había iniciado en Barcelona.

Se graduó como cirujano en Cervera (Lleida) en 1740, pero Francisco Puig había nacido veinte años antes en Barcelona. Sería allí, también, donde desarrollara los primeros años de su carrera profesional. Primero, en una de las tiendas de cirugía-barbería de la ciudad. Después, como cirujano mayor en el hospital de la Santa Creu para en 1753 pasar al área de Sanidad del Ayuntamiento.

Su primer contacto con la revolución de aquella ciencia llegaría en 1761 con su incorporación como profesor y secretario del Real Colegio de Cirugía que acababa de fundar Pere Virgili. Desde la nueva institución, así como desde el Hospital General en el que también ejercería, demostró su intención de promover los estudios de cirugía.

La oportunidad de Puig tardaría aún más de dos décadas en llegar. Problemas en su ciudad natal –que acabarían por provocar el rechazo de algunos sectores hacia su figura– y sus continuas ansias de ascender, acabaron por imponerle la jubilación del Colegio barcelonés en 1784. Tenía 64 años pero aún le quedaba mucha carrera por delante.

Hay quien dice que la propuesta fue suya, pero Francisco Puig presumía de que el Ayuntamiento de Palma le había pedido que fundara un colegio de cirugía en nuestra Isla. Proyecto para el que obtuvo permiso en 1789, cuando se fundó la Escuela de Anatomía y Cirugía de Mallorca. El catalán pasó a hacerse cargo de la dirección.

El reglamento y los estatutos del Colegio de Cirugía de Barcelona sirvieron como modelo para la institución mallorquina. Durante el siglo XVIII la enseñanza quirúrgica en España experimentó una gran transformación. Una modernización en la que Puig «sería una de las figuras puente o transicionales entre el bajo nivel quirúrgico de los años iniciales del Setecientos y el resugir de la cirugía española durante las últimas décadas», como indica Juan Riera Palmero en el artículo Nuevos datos sobre el colegio de cirugía de Mallorca.

Lámina incluida en el tratado de Francisco Puig
En 1790 el catalán publicó un plan de estudios para el centro mallorquín en el que demostraba cómo, partiendo de su formación tradicional, se incorporaba a aquella reforma que había conocido en Cataluña de la mano de Pere Virgili. Sus indicaciones abarcaban las diferentes disciplinas incluidas en los estudios. Desde las materias más teóricas como anatomía, traumatología o química a otras más prácticas como vendajes, partos o heridas por arma de fuego.

La formación consistía en seis cursos escolares en los que se incluían prácticas en algún hospital. El plan recoge también la reglamentación de grados, exámenes y sesiones científicas. Pero iba, incluso, más allá. Las observaciones de Francisco Puig tratan también los problemas sanitarios, las tareas y el personal asistencial de las instituciones hospitalarias y el papel de la sanidad en los cementerios y la cirugía forense legal.

«Las ideas de Puig muestran la progresiva incorporación a los hábitos de trabajo europeo», asegura también Riera Palmero. En 1793 publicó, en colaboración con Sebastià Muntaner, el Manual teórico-práctico de las operaciones de cirugía para instrucción de los alumnos de la Escuela de Palma de Mallorca.

El catalán puso especial atención en las demostraciones anatómicas, a las que invitaba a los regidores del Ayuntamiento. El Archivo de Simancas conserva aún algunos de sus dibujos que reproducían las preparaciones de la vena porta y de los nervios de las extremidades inferiores. Eran láminas que se colocaban sobre un atril en la sala de prácticas.

En 1792 dejaba su puesto como cirujano mayor en el Real Hospital de Palma de Mallorca. En 1809 un grupo de cirujanos logró que se aprobara un proyecto para convertir la Escuela de Anatomía y Cirugía en un Real Colegio. Las dificultades presupuestarias impidieron que se hiciera realidad y el centro cerraría sus puertas en 1825.


Baleópolis nº144     14-02-2012


Fuentes

MASSONS, Josep Maria. Francesc Puig i els cirurgians del seu temps
http://www.ramc.cat/publicacions/51-Francesc%20Puig.pdf

BALLESTEROS, Alfonso. Las ciencias de curar durante la Guerra de Independencia
http://www.medicinabalear.org/numeros%20anteriores/revistas/VOL23/vol23_n2/editorial.pdf

RIERA PALMERO, Juan. Nuevos datos sobre el Colegio de Cirugía de Mallorca
http://es.scribd.com/doc/107292226

PUIG, Francisco. Plan Para Perficionar [Sic] Los Estudios de Cirugía
http://es.scribd.com/doc/107288877

domingo, 22 de enero de 2012

Andrés Hernández, el farmacéutico de la Armada


Andrés Hernández
1744-1817

Su farmacia era reconocida en todo Mahón. Sus fondos de tinturas, ungüentos y jarabes la convirtieron en proveedora del resto de oficinas de la ciudad. Una fama a la que Andrés Hernández sumaba su pertenencia al Colegio de Boticarios de Madrid así como el cargo de corresponsal del Real Jardín Botánico. Dos bazas que utilizó en una competición en la que se enfrascó por abastecer de medicinas al hospital naval.

Nació en Mahón en 1744 y allí pasó toda su vida. Estudió gramática latina y Farmacia, rama sobre la que construiría su trayectoria profesional. Sus dotes le convirtieron en docente en la materia y en socio del Colegio de Boticarios de Madrid en 1784. Apenas cinco años antes de que la capital menorquina le nombrara examinador apotecario.

Había instalado farmacia en Mahón y su oficina, repleta de bálsamos, emplastos y jarabes, podía presumir de abastecer al resto de boticas de la ciudad. Él era un rico hacendado que gozaba de tanto prestigio como su tienda, pero para entonces ya se había enfrascado en una guerra farmacéutica. El Tratado de Versalles de 1783 había devuelto Menorca a la Corona española y, con ella, los barcos de su flota al puerto mahonés. Un retorno que inició una competición por abastecer de medicinas a los buques.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mateu Orfila, el primer forense mahonés en el CSI del XVIII

Mateu Orfila
1787-1853

Comprar aspirinas hoy es tan fácil como lo era conseguir arsénico en el siglo XVIII. Se utilizaba en medicamentos de farmacia y veterinaria, en raticidas, en la fabricación de pinturas, en la agricultura... Era una sustancia tan accesible que durante un siglo fue la reina de los envenenamientos. La situación se disparó hasta tal punto que provocó la aparición de los primeros forenses y peritos judiciales. Un CSI primario en el que el papel de Gil Grissom lo encarnaba el menorquín Mateu Orfila.

Nació en Mahón en 1787 en una familia de origen campesino. Su padre quería que fuera marino pero, después de un intento frustrado, Mateu decidió optar por la ciencia. Estudió Medicina en Valencia mientras que aprendía química a través de las obras de autores franceses y de los experimentos que él mismo realizaba. Después pasó a Barcelona y a Madrid, pero España se le quedó corta y decidió dar el salto al país vecino. 

Dicen que llegó a París con cincuenta céntimos en el bolsillo, pero pasó a convertirse en uno de los personajes fundamentales de la época. Su prestigio le convirtió en médico de cámara de Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe I, además de presidente de la Academia Nacional de Medicina de Francia.

La historia de una isla ‘a medida’ que Armstrong nunca contó

En el siglo XVIII Menorca era una isla con muchos pretendientes. Las continuas conquistas y reconquistas la convirtieron en una especie de estrella mediática que acaparaba las páginas de los primeros diarios. Los sucesivos países que pasaron por allí cartografiaron el terreno dibujándolo a su medida. En 1752 The History of the island of Minorca, de John Armstrong, se publicaba conteniendo el mejor mapa visto hasta el momento. Pero ni era suyo ni era el primero.

Encartado entre sus páginas y sin referencia alguna aparecía aquel mapa: el supuesto primer intento científico de cartografiar Menorca que todos atribuyeron a Armstrong. «Las posteriores ediciones de la obra llegaron a citar textualmente su autoría. No era de extrañar, porque aquel ingeniero inglés era además muy buen dibujante», afirma el catedrático de Geografía Humana, Tomás Vidal Bendito. Fue él quien en sus investigaciones de 2001 descubrió el fraude que había perseguido a la Isla durante siglos.

El autor era efectivamente un ingeniero inglés llamado John, pero no Armstrong, sino Hargrave que en 1733 –20 años antes de la aparición del libro– había seguido las órdenes de la administración británica de levantar una cartografía de la Isla. 


sábado, 29 de octubre de 2011

Hernández Morejón y el modélico Isla del Rey

Antonio Hdez. Morejón
1773-1836

Su llegada a Menorca fue un reconocimiento a su carrera. El éxito en la detención de una epidemia con la creación de un lazareto en la valenciana Serra de la Solana y el brote declarado en Mahón le llevaron a ser nombrado médico del hospital militar de la Isla del Rey. El mismo centro que luego se transformaría en el frente de las críticas más duras de su topografía médica. Un volumen que Hernández Morejón propondría, con todo lujo de detalles, la creación de un nuevo hospital.

La suspensión de la enseñanza de la Medicina en las universidades en 1799 truncó su carrera docente. Antonio Hernández Morejón, nacido en Alaejos (Valladolid) en 1773, había sido nombrado catedrático sustituto antes incluso de acabar la carrera de Medicina en la Universidad de Valencia. Aquel revés le convirtió en médico rural por distintas comarcas valencianas.

Fue con aquella nueva faceta con la que conseguiría un ascenso. Destinado en Onil, tuvo que hacerse cargo de una epidemia en la zona. Una situación que el médico resolvió con la organización de un lazareto en la Sierra de la Solana. El éxito conseguido y la declaración de un nuevo brote en Mahón llevaron al Tribunal del Protomedicato a destinarle al hospital militar de la Isla del Rey.

Émile Cartailhac, el prehistoriador incrédulo


Émile Cartailhac
1845-1921

En los tiempos de Cartailhac la Prehistoria era una disciplina naciente. Una rama de estudio tan nueva y misteriosa que, en su incredulidad, le llevó a renegar de las pinturas rupestres de Altamira. En su camino hacia el mea culpa, hizo que la arqueología se centrara en aquel periodo y reformuló nuevas teorías sobre los monumentos prehistóricos baleares en las que las taulas eran la columna de antiguos centros de reunión tribal.

Nació en Marsella en febrero de 1845 y estudió Derecho antes de confiar en que sus excursiones a los dólmenes de Aveyron pudieran ser la semilla de una nueva profesión. Su primera oportunidad llegó con la Exposición Universal de París de 1867, donde fue el responsable de la sección de Prehistoria. Para entonces ya había colgado la toga de abogado.

Su relación con España comenzó con una polémica. En 1879, Émile Cartailhac y el prestigioso arqueólogo Gabriel de Mortillet, pusieron en duda la autenticidad de los restos de arte rupestre encontrados en la cueva cántabra de Altamira, descubierta una década antes. Tardaría 23 años en desdecirse. Un tiempo durante el que no cesaron sus estudios en el país.


sábado, 22 de octubre de 2011

Vell marí, la odisea de la especie

Quizá Ulises nunca vio a las sirenas. Tal vez se tapó los oídos con cera y pidió ser atado al mástil en balde. Lo que asomó en la superficie parecía tener cabeza humana y, al sumergirse, lucía una extraña cola de doble aleta. Si se echa mano de la Historia Natural, aquellos seres serían focas monje. Una especie a la que la ciencia llegó tarde para salvar.

Plutarco y Plinio El Viejo ya referenciaron su existencia e incluso se ganó un hueco en la Historia animalium de Aristóteles a quien algunos autores adjudican una primera disección. Sin embargo, no fue hasta 1779 cuando Johann Hermann dio nombre a aquel animal marino de piel grisácea y vientre blanco cuya evolución era paralela a la del propio Mediterráneo. El francés tuvo la posibilidad de examinar un ejemplar que acompañaba a una compañía circense de Venecia. Su nombre sería foca monje porque los pliegues de su cuello le recordaban a los de un hábito y porque parecía un animal solitario.

«Aquella primera descripción científica fue un gran avance como estudio para demostrar que era una especie diferente, pero hasta los años 60 del pasado siglo apenas hubo un goteo de publicaciones», afirma el investigador y ex presidente del GOB, Xisco Avellà. En España la primera información aparece entre los siglos XVII y XVIII tras el avistamiento de un ejemplar en la playa de Cullera (Valencia).


Bartolomé Sureda, un maestro mallorquín para los caprichos pictóricos de Goya

Bartomeu Sureda
1769-1851

"Dibújame un cordero", le pedía incansablemente el Principito al Aviador. "Dibújame un retrato", debió de rogar también Bartolomé Sureda a Francisco de Goya. Sin caja, ni hierba, ni agujeros para respirar. Pero sí como a un hombre juvenil e inteligente. Era la culminación de una relación en la que habían intercambiado los papeles de aprendiz y maestro. Sureda había enseñado a Goya la técnica clave de sus grabados: el aguatinta.

Después de Leonardo Da Vinci, pocos personajes han sabido encarnar la mentalidad de su época. Entre ellos –aunque quizá a menor escala– cabe recordar al mallorquín Bartolomé Sureda. «Personalizaba la modernidad y la aplicación práctica de las artes como correspondía a la mentalidad ilustrada», asegura la profesora de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid y directora de la Fundación Lázaro Galdiano, Jesusa Vega.

Nació en Palma en una familia de carpinteros y estudió Dibujo y Grabado ya desde muy joven en la Escuela de las Nobles Artes creada por la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País. Su talento y su actitud llamaron rápidamente la atención de dos personajes que serían fundamentales en su trayectoria: Tomás de Verí –corresponsal de los Amigos del País en Madrid– y el ingeniero canario Agustín de Betancourt. 


viernes, 7 de octubre de 2011

François Aragó, el espía geodesta de Napoleón

François Aragó
1786-1853

Si la suerte radica en estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, podríamos decir que François Aragó fue –para lo bueno y para lo malo– un experto en el fenómeno. Un suertudo que con apenas veinte años llegó a Baleares para acabar las mediciones del meridiano de París. La mala fortuna hizo que sólo un año después le pillara allí el levantamiento contra las tropas napoleónicas.

François Aragó nació en Estagel, una pequeña población cercana a Perpiñán. Su sueño de infancia fue siempre estudiar en la Escuela Politécnica de París, pero una vez dentro, se dio cuenta de que aquella formación le quedaba corta. Con sólo 18 años su talento y una recomendación le permitieron convertirse en secretario del Observatorio de París. Allí le llegó su primera casualidad.

La muerte de Pierre Méchain había interrumpido el proyecto de medición del meridiano de París, aún quedaba pendiente la prolongación hasta Baleares.
Su cargo le hizo ser incluido junto a Jean Baptiste Biot en el grupo que completaría el proyecto y permitiría obtener un mayor conocimiento sobre la figura de la Tierra. 

«Ninguno de los dos tenía experiencia en la técnica de la triangulación geodésica, pero consiguieron convertirse en expertos en el manejo del círculo repetidor de Borda, el instrumento que utilizaban los geodestas de la época», afirma la investigadora y autora de François Aragó y Mallorca: la prolongación del meridiano de París a las Baleares 1803-1808, Elena Ortega.


Miquel de Petra, el capuchino de los números

Miquel de Petra
1741-1803

Vistió el hábito con la edad más baja permitida, pero pronto fue mucho más que un simple religioso. La devoción y tal vez su parentesco con Junípero Serra, del que era sobrino, llevaron a Miquel de Petra a ingresar en los capuchinos con sólo 14 años. Y su sabiduría, a convertirse en matemático en la única orden que contaba con un museo de Historia natural y en un arquitecto que concibió los planos de su nuevo convento.

Nació en enero de 1741 como Miquel Ribot Serra, pero su localidad natal prontó le llevó a ser conocido como Miquel de Petra. Parece que la cercanía con su tío, fray Junípero Serra, marcó ya sus primeros estudios. Aprendió latín con los franciscanos observantes petrers y después amplió su formación en Palma de la mano de los jesuitas.

Era aún un niño cuando decidió entrar en la vida religiosa. Pidió su admisión en los Mínimos de Palma pero éstos, según recoge Miquel López Bonet en Fra Miquel de Petra i la història dels caputxins a Mallorca, le rechazaron por su baja estatura. Los capuchinos le aceptarían poco después y en 1755 vestiría ya su hábito. Tenía 14 años, la edad canónica más baja permitida.

Pronto Miquel de Petra dio muestras de sus grandes dotes intelectuales. Se dedicó no sólo al estudio de la filosofía y la teología, sino también al del arte y las matemáticas. Primero, se convirtió en profesor de los estudiantes de su convento. Allí, tras la petición del Ayuntamiento a la cúpula de la orden, sería pionero en enseñar la filosofía experimental de Ramon Llull en 1758. 


sábado, 17 de septiembre de 2011

Joan Ramis i Ramis y el talaiot de los druidas

Joan Ramis Ramis
1746-1819

Con el paso de Menorca a la Corona española. Joan Ramis decidió cambiar su gran proyecto literario. Ya no quería ser literato sino investigador y autor de la Gran Historia de Menorca. 'Antigüedades célticas ...' fue la primera pieza donde aseguraba el origen celta de los talaiots, navetas y taulas.

línea
Para Joan Ramis el conjunto megalítico de Trepucó era un Stonehenge a la menorquina. No era el primero en sacarle parecido al monumento, pero sí en dedicarle toda una obra: el primer volumen de su Gran Historia de Menorca pero también el primer libro sobre Prehistoria publicado en España.

La dominación británica trajo a Menorca prosperidad económica. El comercio favoreció una relación con otras ciudades y universidades que permitió a algunos autores, como Joan Ramis, recibir una educación selecta. Su gran formación fue como jurista ya que estudió Derecho Civil y Canónico consiguiendo el título en Aviñón. Sin embargo, sus estudios en Retórica, Poética y Filosofía determinaron su faceta de literato. «Sin duda fue la figura más importante del neoclasicismo catalán, sobre todo por su trilogía teatral pero también por su obra poética», afirma la filóloga e historiadora de la Cultura, Josefina Salord.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Can Joan de S'aigo: el tendero que se enriqueció vendiendo nieve

Quienes van a Ca’n Joan de S’Aigo dicen que hacer cola para tener mesa es parte del ritual. Pocos saben, sin embargo, que hace más de 300 años los mallorquines ya abarrotaban el local cuando Ca’n Joan era una sucursal de las cases de neu. La fama de sus quartos y su chocolate son sólo la punta del iceberg de su historia. ¿Quién no se ha preguntado de dónde viene el aigo de su nombre? Hay que remontarse a 1700.

«Joan fue el fundador, y se dedicaba a la venta de hielo y agua fresca que obtenían de la nieve de las montañas», explica Leonor Vich Montaner, sobrina del actual propietario. Antes de chocolatero Ca’n Joan de S’Aigo fue nevater. Junto a otros trabajadores de Selva y Caimari recogía nieve en la Serra de Tramuntana en invierno para destinarla al consumo en verano.

La primera referencia sobre estas neveras artificiales en la Isla aparece en la Història General del Regne de Mallorca, de Joan Binimelis (ver entrada), en 1595. Las cases de neu eran el depósito donde se almacenaba la nieve y se conservaba hasta su consumo. A veces era una sima o una excavación forrada de pedra en sec. Junto a ellas se levantaban pequeños edificios donde vivían los nevaters en la época de recogida. Su trabajo era todo menos fácil: primero transportaban la nieve hasta el depósito con palas y luego la pisaban durante horas –a menudo con los pies descalzos– hasta convertirla en hielo. El proceso se repetía para formar diversas capas separadas por carrizo; la última se cubría con sal, ceniza y ramas.


domingo, 31 de julio de 2011

Miquel Oleo Quadrado: inventor del 'boca a boca'

Miquel Oleo Quadrado
1739-1813

A Miquel Oleo Quadrado se le murió un niño de cuatro meses. "Tomó el llanto e hizo tan fuerte sístole que no pudo hacer el diástole o inspiración", escribiría después. Su experiencia como médico le hizo reaccionar rápido: le tapó la nariz y le sopló aire en la boca bien ajustada a la suya. Aquella maniobra se considera hoy el primer boca a boca documentado de la Historia de la Medicina.

Nació en Ciutadella en 1739 con la isla bajo dominación británica. Dicen que fue la difícil situación económica de su familia la que no le permitió estudiar fuera de Menorca. Así que, sin acceso a la Universidad de Palma y mucho menos al Colegio de Cirujanos de Barcelona, Miquel Oleo tuvo que conformarse con una formación práctica.

A mediados del siglo XVIII, Europa vivía una fuerte reacción contra la medicina sistemática. Por ello, los maestros teóricos del menorquín fueron autores que, como Baglivi o Boerhave, estaban en la línea del empirismo científico. Estudiaban al enfermo y renunciaban a las respuestas generales.


sábado, 30 de julio de 2011

Antoni Cabrer: el Clarín de la espeleología

Antoni Cabrer
1785-1846

Dos reveses menguaron la posteridad espeleólogica de Antoni Cabrer. En sus expediciones nocturnas a las cuevas de Artà descubrió los grafitos de incursiones realizadas dos siglos antes que le privaban de ser su descubridor.



En 1840 vendría el segundo mazazo: el libro que resumía sus aventuras cavernícolas se convertía, por sólo un año de diferencia, en la segunda monografía publicada sobre una cavidad balear. Su labor fue, sin embargo, pionera en extensión y rigurosidad.

Rector de la parroquia palmesana de Sant Nicolau. Es uno de los pocos datos que se conocen de la biografía de Antoni Cabrer. Nació en la capital mallorquina en 1785 y pronto se hizo famoso por sus ideas liberales que le situaron, incluso, en el punto de mira. «Bastaba que este sujeto fuese hombre de luces y buenos conocimientos en la literatura y ciencias para ser cruelmente perseguido por los absolutistas», escribió Llabrés Quintana (ver entrada) sobre él.



Su expediente criminal en el Archivo Diocesano recoge su primera causa en 1819 por oficiar, de manera clandestina, un matrimonio. A partir de entonces su ficha suma doctrinas erróneas, conducta inmoral, fuga e incluso contrabando. En 1825 entraría por primera vez en la cárcel.



«Vi en Mallorca a un sacerdote, todavía hoy cura de una parroquia de Palma, que me dijo que había pasado siete años de su vida, la flor de su juventud, en las prisiones de la Inquisición», relataba George Sand en Un invierno en Mallorca.

Los archivos recogen en 1827 la primera petición de Antoni Cabrer de ser trasladado, por motivos de salud, a la Cartuja de Valldemossa. Es difícil saber cuándo se produjo el traslado, pero en 1838 era él quien alquilaba su celda a la escritora francesa y el compositor Frederic Chopin.



Dos años después, Cabrer consiguió un lugar en la Historia de la ciencia balear. La imprenta de Pedro José Gelabert publicaba Viaje a la famosa gruta llamada Cueva de la Ermita en el distrito de la villa de Artà. Un volumen de más de 80 páginas resumía las incursiones nocturnas –a fin de evitar el calor diurno y los embates del mar– realizadas entre 1807 y 1840 con las que construyó una descripción minuciosa.



Acompañado por guías y con la única luz de las antorchas, Cabrer recorrió una a una las diferentes salas de la cueva. «Esta primera pieza se dice haber sido en otro tiempo asilo de solitarios ermitaños», señalaba como posible causa del nombre de Gruta de la Ermita. En la época del religioso, la cueva se utilizaba ya como refugio para el ganado en días de tormenta.

«En aquel tiempo el conocimiento en ciencias naturales era muy bajo. Lo que realiza Cabrer es una descripción exhaustiva pero muy literaria», asegura el Doctor en Geografía e investigador de la UIB, Joaquín Ginés. En su introducción, el párroco se pone como objetivo concienciar a mallorquines y foráneos de esa «nona maravilla del mundo» sumida en el olvido.

Su relato fascinado repasa las esculturas naturales que se abrían a su paso –«un mal carado león, un señudo perdiguero», relata– así como las oquedades y fuentes de agua que encontraba en el camino, y cuyo tamaño apuntaba en «palmos» y «pies». «Los recursos e instrumentos con los que contaba eran muy pobres, por eso sus medidas están bastante equivocadas», señala el estudioso Climent Garau

Errores por los que, pese a la exhaustividad, resulta muy difícil reconocer hoy las salas que reseña. Pese a que reconoce que su intención es sólo «la descripción de lo que vimos en estos vastos subterráneos al tiempo de recorrerlos», Antoni Cabrer muestra su inquietud por conocer la datación y la causa de formación de la gruta. «¿Qué antigüedad le podremos conceder a esta obra?», se pregunta. Su reflexión iba más lejos para estalagmitas y estalactitas que atribuía a «la mayor o menor gravedad que reside en los pensiles que van fluyendo de las primeras capas de aquellos peñascos que las cubren».



Sin señalar la fecha, el religioso relata el que sería el primer revés a aquella faceta espeleóloga suya: el grupo encontró dos grafitos con la firma de expedicionarios anteriores. «La señora doña Josefa Clar entró aquí en 1517», rezaba uno. «Mateo Crespí Roman entró aquí el año 1614», añade el otro. «Tan impensado hallazgo abatió aquel espíritu nuestro jactancioso que nos provocaba tenernos por los primeros conquistadores de esos lugares».



Tanto Ginés como Garau dan validez a los autógrafos. El geógrafo señala que ya en las cuevas del Pirata de Manacor o las de Cala Blanca en Menorca, se han encontrado grafitos del siglo XVII. «En 1862, con ocasión de la visita de la Reina Isabel II, se construyó una escalera de acceso a la gruta, pero los turistas entraban desde hacía más tiempo», añade Garau. Hasta la llegada de Martel a final de siglo a las Cuevas del Drach, las de Artà eran las más populares de Mallorca.



Lo que Cabrer no sabía es que su estudio tampoco sería pionero. «Por sólo un año de diferencia no fue autor de la primera monografía sobre una cueva balear. Joaquín Maria Bover se le adelantó en 1839 con un pequeño opúsculo sobre la gruta de Sant Lluís», explica Ginés. Su minuciosidad y el número de páginas serían, pues, su único baluarte como el Clarín de la espeleología.

Baleópolis nº116   28-06-2011

Fuentes

Viaje a a la famosa gruta llamada Cueva de la Ermita en el distrito de la villa de Artá de la isla de Mallorca


miércoles, 29 de junio de 2011

Lorenzo Campins: el médico de la metrópoli

Lorenzo Campins
1726-1783

El Virreinato de Nueva Granada era parte del imperio español, pero lo que ocurría en las provincias de ultramar era algo desconocido para la mayoría de españoles. Cuando Lorenzo Campins decidió dar el salto a Venezuela, no sabía que iba a encontrar un erial científico en el que convertirse en un pionero de la medicina.

Nació en Palma en 1726 en el seno de una familia humilde pero siempre soñó con ser médico. En la Universidad Luliana de Mallorca se convirtió en licenciado y Maestro en Artes, título que le permitía acceder a los estudios médicos que luego desarrolló en la Real y Pontificia Universidad de Gandía donde se doctoró. Regresó a la Isla para que reconocieran su título pero apenas ejerció aquí.

"Mallorca pasaba por una época terrorífica:guerras, epidemias... Pronto decidió viajar a Cádiz, que era el salvoconducto para trasladarse a América", explica el cirujano de la Clínica Juaneda, Carlos Marín, autor de la tesis El Doctor don Lorenzo Campins y Ballester en el contexto de los estudios médicos en Nueva Granada. El mallorquín apenas tardó un año en dar el salto a Venezuela.


Pedro de Hordeñana: un 'Google Earth' forestal en el siglo XVIII

Pedro de Hordeñana

Sin saberlo, la Marina española fue la primera institución en preocuparse por la deforestación del país. No con un objetivo ecológico sino por la consideración de la madera como un bien estratégico. La necesidad de reconstruir su fuerza naval obligó al estudio de los recursos madereros disponibles. Un encargo que llevó a Pedro Antonio de Hordeñana a realizar el primer inventario de árboles de Mallorca, Ibiza y Formentera.

La posición estratégica de las Islas en las rutas marítimas supuso una importancia cada vez mayor de la construcción naval. Un sector que dependía de la amdera y que transformó el espacio forestal. El propio topónimo de Peguera hace referencia a la pega que se utilizaba para calafatear los barcos.

«La fabricación de barcos no fue la principal causa de deforestación. Los primeros que tenían interés en conservar esos bosques eran los constructores navales porque eran sus recursos. El peligro fue la ocupación por los cultivos y la población», asegura el jefe del Servicio de Gestión Forestal, Luis Berbiela. El aumento de la población acababa con las masas forestales por la necesidad de terrenos para la ganadería, los cultivos y las viviendas. La madera que resultaba de las continuas talas se destinaba también a la fabricación de muebles y al uso energético para los hornos de cal y para el calor doméstico.


sábado, 4 de junio de 2011

Pascuala Caro: la 'x' matemática


Pascuala Caro Sureda
1768-1827

El título hereditario de marqués de la Romana pesaba tanto en la familia Caro-Sureda como su origen de aristocracia ilustrada. Mientras el padre se aseguró de que sus hijos varones tuvieran una formación acorde con la época –mitad científica, mitad carrera militar–, la madre hizo lo propio con sus hijas. Un bagaje que permitió que María Pascuala Caro Sureda se convirtiera en una de las primeras matemáticas de la Isla además de doctora en Filosofía.

Nació en Palma en julio de 1768. Para entonces su familia ya tenía insertada en el ADN la importancia de la educación de sus hijos. Su madre, Margalida Sureda, era heredera del gran patrimonio de los Sureda-Valero, aristócratas ilustrados mallorquines. Su padre, Pere Caro, fue el segundo marqués de la Romana, un título que compaginó con tareas como el levantamiento de planos del puerto de Mahón de gran interés estratégico. Famosa fue también la biblioteca de los marqueses y sus más de 18.000 volúmenes.

Marcados por aquel origen ilustrado, Pere y Margalida se encargaron de que sus hijos recibieran la mejor formación acorde con la época. Una educación labrada entre la carrera militar y la ciencia: Pedro –futuro tercer marqués de la Romana– aprendió medicina, ciencias naturales e ingeniería antes de ingresar en la Armada; y José cursó estudios de matemáticas además de alistarse también como marino.


sábado, 16 de abril de 2011

François Étienne De La Roche: la fauna del meridiano


François Étienne De La Roche
1743-1812


La expedición para la medición del meridiano de París incluyó a Baleares en una de las empresas más importantes del siglo XVIII que acabaría con la implantación del sistema métrico decimal. Pero no sólo eso. Supuso el desembarco de científicos de primera línea que conectaron las Islas con los conocimientos más avanzados de Europa. Entre ellos, el ictiólogo François-Étienne De La Roche.

De todos los científicos que llegaron con el meridiano de París entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, Delaroche es quizá uno de los más desconocidos. Nació en Ginebra en 1781, aunque otros autores afirman que su nacimiento fue en el convulso año de 1789. Sus primeros años pasaron a caballo entre Londres y su ciudad natal, después de que su familia tuviera que abandonar París con el estallido de la Revolución Francesa.

Fue en Ginebra donde inició sus estudios de Medicina. Pronto adquirió también un gran interés por la botánica, herencia de su padre Daniel Delaroche. Ambos colaboraron con Cardolle en estudios físicos y botánicos.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...