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miércoles, 29 de junio de 2011

Lorenzo Campins: el médico de la metrópoli

Lorenzo Campins
1726-1783

El Virreinato de Nueva Granada era parte del imperio español, pero lo que ocurría en las provincias de ultramar era algo desconocido para la mayoría de españoles. Cuando Lorenzo Campins decidió dar el salto a Venezuela, no sabía que iba a encontrar un erial científico en el que convertirse en un pionero de la medicina.

Nació en Palma en 1726 en el seno de una familia humilde pero siempre soñó con ser médico. En la Universidad Luliana de Mallorca se convirtió en licenciado y Maestro en Artes, título que le permitía acceder a los estudios médicos que luego desarrolló en la Real y Pontificia Universidad de Gandía donde se doctoró. Regresó a la Isla para que reconocieran su título pero apenas ejerció aquí.

"Mallorca pasaba por una época terrorífica:guerras, epidemias... Pronto decidió viajar a Cádiz, que era el salvoconducto para trasladarse a América", explica el cirujano de la Clínica Juaneda, Carlos Marín, autor de la tesis El Doctor don Lorenzo Campins y Ballester en el contexto de los estudios médicos en Nueva Granada. El mallorquín apenas tardó un año en dar el salto a Venezuela.


Ximénez de Embún: el revolucionario forestal

Joaquín Ximénez de Embún
1913-1963

Ximénez de Embún era casi un recién licenciado cuando llegó a Baleares en 1941. Sus tres destinos anteriores –Valencia, Ciudad Real y Jaén– apenas hacían presagiar que aquel joven ingeniero de montes se convertiría en un revolucionario capaz de repoblar las dunas de Formentera y de proponer la creación del primer Parque Natural de las Islas.

La herencia familiar llevó a Joaquín Ximénez de Embún a estudiar ingeniería de montes. Hijo del que fuera presidente del Consejo Superior de Montes, nació en Zaragoza en 1913. Cuando llegó a Baleares en 1941 hacía sólo dos años que se había graduado como ingeniero. Pese a no ser su primer destino, pasaría nueve años en el archipiélago, el periodo más largo de su carrera.

El panorama de los bosques españoles durante la posguerra era un tanto ambiguo. Mientras la Administración Forestal cumplía casi un siglo, los recursos madereros de leña y carbón se transformaban en estratégicos en un periodo de gran escasez. «Los ingenieros forestales se convirtieron entonces en precursores del desarrollo sostenible. Fueron los encargados de gestionar el patrimonio y de velar por el aprovechamiento de las talas según criterios que garantizaran su regeneración», explica el ingeniero técnico forestal, Francisco Grimalt.


Maria Lluïsa Serra: la gran dama de la Historia

Maria Lluïsa Serra
1911-1967

Dos obras quedaron sin concluir en el cajón de Maria Lluïsa Serra tras su muerte. Por un lado, la tesis doctoral que estaba a punto de leer sobre las navetas de Menorca. Por otro, un ambicioso proyecto que recopilara la Historia de la isla. Dos vertientes más complementarias que paralelas para una mujer, una de las primeras que destacó en la cultura menorquina, que entendía que los documetnos históricos iban más allá de los escritos.

Su Mahón natal ha declarado 2011 como Año Serra Belabre. Maria Lluïsa nació allí hace justo cien años. Cursó el bachillerato en el Institut Nacional de Segona Ensenyança cuando la vocación investigadora empezaba a aparecer en ella. Sin embargo, sus primeros frutos no llegarían hasta licenciarse en Historia –con cuarenta años y después de haber estudiado por libre– en la Universidad de Barcelona.

«En la facultad, dos profesores se dieron cuenta de su capacidad y marcaron las dos facetas de su carrera investigadora: Vicenç Vives y Lluís Pericot», explica la catedrática de Historia de la Universidad de Granada y vicepresidenta del Ateneu de Maó, Margarita Orfila. El primero la guió en el estudio histórico; el segundo, en la investigación arqueológica.


Pedro de Hordeñana: un 'Google Earth' forestal en el siglo XVIII

Pedro de Hordeñana

Sin saberlo, la Marina española fue la primera institución en preocuparse por la deforestación del país. No con un objetivo ecológico sino por la consideración de la madera como un bien estratégico. La necesidad de reconstruir su fuerza naval obligó al estudio de los recursos madereros disponibles. Un encargo que llevó a Pedro Antonio de Hordeñana a realizar el primer inventario de árboles de Mallorca, Ibiza y Formentera.

La posición estratégica de las Islas en las rutas marítimas supuso una importancia cada vez mayor de la construcción naval. Un sector que dependía de la amdera y que transformó el espacio forestal. El propio topónimo de Peguera hace referencia a la pega que se utilizaba para calafatear los barcos.

«La fabricación de barcos no fue la principal causa de deforestación. Los primeros que tenían interés en conservar esos bosques eran los constructores navales porque eran sus recursos. El peligro fue la ocupación por los cultivos y la población», asegura el jefe del Servicio de Gestión Forestal, Luis Berbiela. El aumento de la población acababa con las masas forestales por la necesidad de terrenos para la ganadería, los cultivos y las viviendas. La madera que resultaba de las continuas talas se destinaba también a la fabricación de muebles y al uso energético para los hornos de cal y para el calor doméstico.


Antonio Parietti: el ingeniero de las utopías

Antonio Parietti
1899-1979

Un gran retrato de Santo Domingo de la Calzada –patrón de los ingenieros de caminos– preside la casa de Andrés Parietti. Sólo un detalle descontextualiza la imagen religiosa: la carretera de Sa Calobra como paisaje de fondo. Una construcción fundamental para el turismo mallorquín que, como el cuadro, fue obra de Antonio Parietti. Un ingeniero que convirtió en accesible el fin del mundo.

Fundador del Círculo de Bellas Artes y de la Orquesta Sinfónica, presidente del Mallorca –cuando aún se llamaba Real Sociedad Alfonso XIII– y del Fomento del Turismo. La lista de cargos que ostentó Antonio Parietti demuestra que fue un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI. Mallorquín de nacimiento, se trasladó a Madrid donde estudió Ingeniería de Caminos. Recién licenciado, su vuelta a la Isla coincidió con la creación del departamento de vías y obras en las diputaciones provinciales.

«Su formación le llevó a dirigir la nueva sección y coincidió con la aprobación del Plan de Caminos Vecinales. Su función fue crear los proyectos y dirigir las obras de ejecución que, en la mayoría, consistían en la reforma de caminos ya existentes para adaptarlos al paso de automóviles», recuerda su hijo y el también ingeniero, Andrés Parietti. Poco después, con su nombramiento como presidente de Fomento de Turismo, inició su gran plan turístico para Mallorca. 

En 1925 llegó uno de sus proyectos más reconocidos: la primera carretera desde el Puerto de Pollença hasta Formentor. Un camino crucial para que Adan Dielh decidiera la construcción del famoso hotel. Más tarde asfaltó el acceso a Randa y en 1933 se inauguraba una de sus obras más célebres: la carretera de Sa Calobra. «Ahí se ratificó su objetivo, una carretera que no unía pueblos sino que se construía por mero interés turístico», afirma Andrés.

Javier Benedí: un biólogo en la incubadora

Javier Benedí
1957-2002

A finales de los años 80 España era un páramo desierto en la investigación de infecciones en los recién nacidos. Nada se sabía, ni siquiera, del Streptococcus agalacticae, una bacteria capaz de provocar la muerte del bebé en 48 horas. Fue Javier V. Benedí quien, a través de sus trabajos en Son Dureta, extendió esta vertiente de la microbiología desde la que lograría la creación del IUNICS.

Se trasladó a Mallorca a finales de los 80 porque su mujer, también bióloga, era mallorquina. Pero Javier V. Benedí había nacido en Zaragoza en 1957. Su determinación de estudiar Biología le llevaría después hasta la Universidad de Barcelona donde acabaría por especializarse y doctorarse en Microbiología tras un año de estancia en el Instituto Pasteur de París.

Su obsesión inicial fue la Klebsiella: una bacteria causante de la neumonía en adultos a la que dedicó, incluso, su tesis doctoral. Dos años de estancia en el Channing Laboratory de la Universidad de Harvard virarían su punto de mira a las infecciones de los neonatos. El centro era pionero en el estudio del Streptococcus agalacticae: un microorganismo que se había convertido en la causa más frecuente de infección en los recién nacidos.


sábado, 4 de junio de 2011

Joan Monjo: el arquitecto de submarinos

Joan Monjo
1818-1884

Obsesionado y triste por el fracaso del que tenía que ser su gran proyecto, Joan Monjo comenzó a escribir Sufrimientos morales que me ha causado el Ictíneo. Tenía poco más de cuarenta años cuando su vida se cruzó con la de Narcís Monturiol, aquel inventor dispuesto a construir un submarino. Al menorquín le tocó poner los pies en la tierra y los planos a las utopías del genio catalán. Dos emprendedores que acabaron con su aparato en el desguace para pagar las deudas.

Había acabado sus estudios en la recién inaugurada Escuela de Maquinaria de Barcelona y, con la maleta hecha, soñaba con embarcarse. Sin embargo su familia y su corta edad, tenía sólo trece años, se lo impidieron. Había nacido en Mahón en 1818 y con apenas ocho años se trasladó a la Ciudad Condal ya huérfano de padre.

Visitante habitual de los astilleros de la zona, Joan Monjo veía crecer su fama como ingeniero naval. Aprendió náutica y arquitectura naval en la Casa de la Lonja, trabajó como profesor en una escuela municipal y se convirtió en maestro de la mayoría de constructores del Levante. En un impasse abandonó el mar, se formó en comercio y se pasó cinco años en Cuba ejerciendo.


Edouard Martel, y el lago cavernícola

Edouard Martel
1859-1938


"Mientras miraba asombrado la superficie, apareció un lago subterráneo en el mismo corazón de la montaña; decidí que dedicaría mi vida a la exploración de esas maravillosas entradas en la tierra". Edouard A. Martel acababa de internarse en las grutas de Han en Bélgica. Era sólo el principio de una pasión que le convertiría en el padre de la espeleología y en el investigador de sus lagos. Faltaban aún tres décadas para que, sin violines ni barcas, descubriera en las Cuevas del Drach uno de los más grandes del mundo y lo bautizara con su nombre.

Hasta los 29 años Edouard A. Martel vivió en la superficie. Hijo de una familia de juristas, nació en Pontoise (Francia) en 1859. Estudió en el Liceo Condorcet de París, se licenció en Derecho y se convirtió en un abogado agregado al tribunal de comercio del Sena. Leía con fervor a Julio Verne y descubría las primeras cuevas de la mano de su padre, aficionado a la paleontología; pero todavía no conocía la atracción por los abismos de la que hablaba el escritor francés.

Era aún un adolescente cuando, al borde de las grutas de Han (en las Árdenas belgas), se dijo que dedicaría su vida a la exploración de las cuevas. Un propósito que no se hizo realidad hasta 1888 cuando reconocería dos kilómetros de galerías en Bramabiau (Francia). La espeleología había nacido.

En su calendario de campañas anuales se sucedieron Italia, Suiza, Inglaterra... El propio Martel comenzó a calificarse como "un troglodita nato, tan ansioso de excavar bajo tierra como un tejón". En 1889 publicaba su primer recuento de observaciones. Les Abîmes, el más importante, aparecía en 1894 donde describió las más de 230 grutas y los 250 kilómetros de galerías de las que hizo levantamientos muy precisos.


Pascuala Caro: la 'x' matemática


Pascuala Caro Sureda
1768-1827

El título hereditario de marqués de la Romana pesaba tanto en la familia Caro-Sureda como su origen de aristocracia ilustrada. Mientras el padre se aseguró de que sus hijos varones tuvieran una formación acorde con la época –mitad científica, mitad carrera militar–, la madre hizo lo propio con sus hijas. Un bagaje que permitió que María Pascuala Caro Sureda se convirtiera en una de las primeras matemáticas de la Isla además de doctora en Filosofía.

Nació en Palma en julio de 1768. Para entonces su familia ya tenía insertada en el ADN la importancia de la educación de sus hijos. Su madre, Margalida Sureda, era heredera del gran patrimonio de los Sureda-Valero, aristócratas ilustrados mallorquines. Su padre, Pere Caro, fue el segundo marqués de la Romana, un título que compaginó con tareas como el levantamiento de planos del puerto de Mahón de gran interés estratégico. Famosa fue también la biblioteca de los marqueses y sus más de 18.000 volúmenes.

Marcados por aquel origen ilustrado, Pere y Margalida se encargaron de que sus hijos recibieran la mejor formación acorde con la época. Una educación labrada entre la carrera militar y la ciencia: Pedro –futuro tercer marqués de la Romana– aprendió medicina, ciencias naturales e ingeniería antes de ingresar en la Armada; y José cursó estudios de matemáticas además de alistarse también como marino.


Llorenç Villalonga: el doctor de la sala de muñecas

Llorenç Villalonga
1897-1980

De día era médico; de noche, literato. Dicen que su pasión por la mente y el trabajo intelectual le decantaron por la psiquiatría. Incluso que la Sala de las muñecas de Bearn era el reflejo del pabellón de mujeres que dirigía. Sin embargo, sus palabras negaban a aquel alter ego de bata blanca: «Continuaba sin tener –ni he tenido nunca– verdadera vocación por la Medicina», escribió. Lo cierto es, que además del gran escritor, existió el Doctor Llorenç Villalonga.

Nació en Palma en 1897, el tercero de cuatro hermanos. Tardó diez años en acabar sus estudios de Segunda Enseñanza, además de por problemas de salud por el empeño de su padre en que, como él, fuera militar. Llegó a preparar el ingreso en la academia de Toledo pero con quince años tomó una determinación: no entraría en el ejército ni sería capellán. Estudiaría Medicina.

Realizó el primer curso de Medicina en la Facultad de Barcelona, pero no acabaría allí la carrera. En 1923 recibió la orden paterna de continuar sus estudios en Madrid, entre otras causas por su poco rendimiento. Sin embargo llevaba sólo dos meses en la Universidad Central de la capital cuando murió su padre.

En su regreso a Palma Llorenç Villalonga comprobó que la situación económica de la familia era grave. Y lo sería aún más al fallecer su tía Rosa Ribera –a quien convertiría en la Obdulia de Mort de dama–: «Contrariamente a nuestras esperanzas no nos hizo herederos». Propuso irse a América para hacer fortuna pero su madre aseguró que se conformaba con que terminara Medicina.


Bartomeu Darder: el geólogo subterráneo

Bartomeu Darder
1894-1944

Algo cambió en la vida de Bartomeu Darder el día que conoció a Paul Fallot. Su colección de piedras de colores y los pocos conocimientos que había adquirido como autodidacta eran una nimiedad al lado del mapa geológico de Baleares que el francés proyectaba. Bastó poco para convencerle de que la veterinaria, aunque más realista y práctica, estaba lejos de su sueño de situar Mallorca en el atlas de la geología mundial.

Nació apenas seis años de que el siglo XIX tocara a su fin, ése en el que Paul Bouvy había hecho los primeros tanteos geológicos en la Isla. A Bartomeu Darder aún le quedaba mucho trecho, por entonces sólo coleccionaba piedras y compraba libros de Geología. Fue en el verano de 1910 cuando Paul Fallot llegó a Mallorca y le explicó su intención de levantar un mapa geológico de Baleares.

«Estaba aún en el instituto y ambos comenzaron las primeras salidas al campo. Si se matriculó en Veterinaria era porque le parecía más realista para ganarse la vida», asegura el Doctor en Ciencias Geológicas, Joan J. Fornós, autor de Bartomeu Darder i Pericàs. Geòleg i mestre. Por eso, cuando trasladó sus estudios a Madrid, aprovechó para simultanearlos con los de Ciencias Naturales.


Jaume Ferrer Aledo: un nuevo modelo de ictiólogo


Jaume Ferrer Aledo
1854-1956


El panorama cambió con el siglo XX. La ictiología no profesional continuaba y, con ella, la herencia de sus predecesores. Sin embargo la nueva hornada actuó como corresponsal de investigadores profesionales, mantuvo relaciones con instituciones científicas y empleó revistas –el Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural, en el caso del menorquín– para publicar sus trabajos.

Pasaron treinta años desde que Jaume Ferrer Aledo se instaló de nuevo en Menorca, ya con su licenciatura en Farmacia bajo el brazo, hasta que publicó su primer artículo científico. Para entonces ya se había distanciado de su contemporáneo y paisano, Hernández Ponsetí (ver entrada). Mientras éste instalaba un observatorio meteorológico en la azotea de su botica, Ferrer colgaba la bata para pasarse a la ictiología. Entre sus logros, la publicación de un completo catálogo y el descubrimiento del Pseudaphya ferreri.

Nació en Mahón en 1854 y pronto fue considerado uno de los principales representantes de la primera generación menorquina de científicos del siglo XX. Estudió en su ciudad natal la segunda enseñanza antes de trasladarse a la Universidad de Barcelona donde obtuvo la licenciatura en Farmacia en 1877. En 1878 estaba de vuelta en Menorca. 


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