1845-1921
En los tiempos de Cartailhac la Prehistoria era una disciplina naciente. Una rama de estudio tan nueva y misteriosa que, en su incredulidad, le llevó a renegar de las pinturas rupestres de Altamira. En su camino hacia el mea culpa, hizo que la arqueología se centrara en aquel periodo y reformuló nuevas teorías sobre los monumentos prehistóricos baleares en las que las taulas eran la columna de antiguos centros de reunión tribal.
Nació en Marsella en febrero de 1845 y estudió Derecho antes de confiar en que sus excursiones a los dólmenes de Aveyron pudieran ser la semilla de una nueva profesión. Su primera oportunidad llegó con la Exposición Universal de París de 1867, donde fue el responsable de la sección de Prehistoria. Para entonces ya había colgado la toga de abogado.
Su relación con España comenzó con una polémica. En 1879, Émile Cartailhac y el prestigioso arqueólogo Gabriel de Mortillet, pusieron en duda la autenticidad de los restos de arte rupestre encontrados en la cueva cántabra de Altamira, descubierta una década antes. Tardaría 23 años en desdecirse. Un tiempo durante el que no cesaron sus estudios en el país.
En los 80, Émile Cartailhac comenzó sus viajes por la Península ibérica. Mientras Portugal ya había instaurado los estudios sobre la Prehistoria y había acogido un congreso internacional en la materia, en España era una disciplina que comenzaba a abrirse camino. Al francés le correspondió reunir y ordenar por primera vez todos los conocimientos en Las edades prehistóricas de España y Portugal (1886).
En aquella primera obra, Baleares era apenas un apunte. La reseña breve de un lugar que no había visitado. Toda la información sobre las Islas provenía de los Apuntes arqueológicos del catalán Francesc Martorell Peña. Aquella lectura le transformaría. Era profesor de Antropología y Prehistoria de la Universidad de Toulouse –a punto de publicar su gran obra Francia prehistórica (1889)– cuando consiguió convencer al Ministerio de Instrucción francés para que financiara su expedición al archipiélago.
Llegó a las Islas en los últimos meses de 1888. Cartailhac no buscaba sólo documentación, si no que auguraba que Baleares se convertiría pronto en destino de investigadores extranjeros. Pocos lugares en Europa concentraban tal cantidad de monumentos prehistóricos en un espacio tan pequeño. Su llegada provocó la movilización de todo tipo de colaboradores: desde el Archiduque Luis Salvador al arqueólogo Gabriel Llabrés Quintana (ver entrada).
«Parece excesivo calificar su obra como el primer trabajo verdaderamente científico de la Prehistoria balear, pero no se puede negar que posee un rigor técnico poco habitual en la época», sostiene el arqueólogo Daniel Albero en el artículo Historiografía de la Prehistoria balear. No en vano, el francés nunca realizó una excavación ni un estudio estratigráfico. Su investigación se basó en el análisis de los monumentos, la bibliografía y las colecciones de objetos arqueológicos.
Gracias a sus contactos, tuvo acceso a colecciones privadas con piezas que dibujó con minuciosidad y que, hoy desaparecidas, constituyen un documento único. Su clasificación primaria hablaba de «objetos de piedra, de cerámica, de bronce, de cobre y objetos indeterminados». Junto a su álbum fotográfico, harían de Los monumentos de las Islas Baleares (1892) una obra de referencia. Cartailhac situó la Prehistoria balear en el panorama moderno del estudio, más allá de la esfera local a la que entonces se limitaba. Pese a que él no la había practicado, reconoció que la excavación era un método para profundizar en el conocimiento. Sus teorías sobre los monumentos megalíticos, aunque refutadas, supondrían un nuevo paso tras las tesis del origen celta o los parecidos con las nuragas sardas.
No tuvo dudas a la hora de afirmar que las navetas, en concreto la des Tudons en Menorca, se utilizaron como tumbas o sepulturas. No en vano, se habían encontrado restos humanos muy antiguos. Su duda era si estaban destinadas a una clase concreta de difuntos.
Su error llegaría con la interpretación de las taulas, que consideró la pilastra central de un edificio construido para las asambleas de los jefes de la tribu. Aquel mismo 1892, arqueólogos españoles y franceses rechazaron esta teoría. Pero el desmentido científico y oficial no llegaría hasta los años 30 del nuevo siglo con la doctora de Cambridge, Margaret A. Murray (ver entrada).
Lejos de Baleares pero con España aún en la memoria, Cartailhac publicaría en 1902 su artículo La gruta de Altamira. Mea culpa de un escéptico. Había encontrado en su Francia natal restos artísticos similares y se rendía al descubrimiento. Él mismo regresó a la cueva y contribuyó a su estudio. En 1921, mientras preparaba un nuevo viaje a nuestro país, fallecía mientras impartía un curso en la Universidad de Ginebra.
Baleópolis nº124 27-09-2011
Fuentes
CARTAILHAC, Émie. Monuments primitifs des îles Baléares
HÜBNER, Emil. Monumentos prehistóricos de Mallorca y Menorca.
SINTES, E. & ISBERT, F. Investigación arqueológica y puesta en valor del recinto Cartailhac
Émile Cartailhac y la arqueología científica
Émile Cartailhac
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