Ignasi Ribas Marqués
1901-1996
Había sido el discípulo destacado de Antonio Madinaveitia, tenía un currículum ejemplar y ya era bautizado por muchos como el mejor continuador de la escuela moderna de química orgánica, pero no fue suficiente. La dictadura franquista y su represión demostraron a Ignasi Ribas que contra los amigos del régimen nada podían hacer los méritos. Apartado de la primera línea de investigación, se encargó de probar que su ciencia no tenía nada que ver con la política.
Nació en Palma en abril de 1901, ciudad en la que estudiaría el bachillerato antes de dar el salto fuera de la Isla. Valencia y su universidad le permitieron licenciarse en ciencias químicas –una vocación que tenía más que asumida–, pero fue en la Universidad Complutense de Madrid donde se inició en la investigación. Allí se convirtió en destacado discípulo de Antonio Madinaveitia. «Él fue quien me enseñó la técnica de laboratorio necesaria para hacer química», explicó el propio Ribas.
Bajo la dirección de Madinaveitia, el mallorquín obtuvo en 1928 el grado de doctor con la tesis Estudio de los ácidos succinicos bisustituidos, el mismo año en que obtuvo la cátedra de Química Orgánica de la Universidad de Salamanca. París y el Instituto Pasteur fueron luego su nuevo objetivo con Ernest Fourneau como maestro.
Su currículum siguió creciendo en las instituciones científicas. En 1934 se convirtió en el director del Laboratorio de Química Orgánica creado por la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas. Con el estallido de la Guerra Civil el panorama nacional quedó paralizado. La posguerra y la consecuente dictadura franquista trajeron las purgas. Madinaveitia se exilió a Francia y más tarde a México. Ignasi Ribas fue desterrado de la primera línea de investigación.
Su carrera era intachable: se le consideraba continuador de la escuela moderna de química orgánica y su lista de méritos era inacabable. Sin embargo, aquel cargo como director del Laboratorio creado por la República y su escasa afinidad al régimen impidieron su acceso a la cátedra de la Universidad Complutense de Madrid. Apartado de la docencia y la investigación llegó a la Universidad de Santiago de Compostela donde consiguió trabajar hasta su jubilación en 1971.
Dispuesto a demostrar la desvinculación de su profesión con la política, continuó su trabajo con tesón y entereza. Su campo de estudio se centró en la síntesis de productos naturales en el que destacó el descubrimiento de los alcaloides adenocarpina y santiaguina extraídas del Adenocarpus hispanicus (cambroño). Avances que plasmó en la publicación de numerosos trabajos como Adenocarpina y santiaguina: dos nuevos alcaloides aislados del codeso realizado junto a Pastor Talamadrid.
Su faceta como docente se tradujo en la formación de un buen grupo de destacados químicos orgánicos españoles, la dirección de 68 tesis doctorales, la publicación de 135 trabajos científicos y la creación de la escuela compostelana de química de productos naturales, de gran prestigio internacional. En aquel retiro obligado –el mismo desde el que siguió siempre activo– mantuvo una frecuente comunicación con los científicos del exilio. Una situación que Francisco Giral recogió en el libro Ciencia española en el exilio, 1939-1989.
Su vinculación con Galicia fue siempre una parte importante de su trabajo. Además de convertir algunas plantas de la zona como la xesta o el sobreiro en su objeto de estudio, utilizó los nombres de ciudades gallegas para bautizar los compuestos obtenidos. Así en su bibliografía científica se encuentran alcaloides como la orensina, coruñesina, santiaguina o la pontevendrina.
Siempre constante en su profesión no fue hasta los años finales de la dictadura cuando empezó a ser oficialmente reconocido y valorado. Uno de los pasos fundamentales fue su entrada con plaza de investigador al laboratorio de química orgánica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el que permaneció hasta 1982.
Las distinciones tardaron, como siempre, algo más en llegar. Consiguió la Gran Cruz del Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Medalla de Oro de la Universidad de Salamanca, el Premio de Ciencias del CSIC en 1972 y fue miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
El Colegio Oficial De Químicos de Galicia creó en 2002 el Premio Ignacio Ribas Marqués para distinguir a los trabajos de innovación y divulgación científico-técnica en el campo de la química. Un galardón continuador de la trayectoria de Ribas quien también destacó por la divulgación del conocimiento sobre los recursos de la zona y un aprovechamiento más racional de los mismos. En Mallorca, su tierra natal, hubo que esperar hasta el Doctor Honoris Causa de la UIB de 1980 para recordar su nombre.
Baleópolis nº77 28-09-2010
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