Cristóbal Vilella
1742-1803
¿Quién recordaría el esquema del aparato digestivo sin aquellos dibujos en los que salían a relucir toda la gama de rosas y marrones de la caja de pinturetas? ¿Quién creería en los cuatro estómagos de las vacas sin haberlos visto retratados en un libro de texto? En pleno siglo XVIII -y en los albores de la zoología y la anatomía- las ilustraciones de Cristóbal Vilella eran continuos descubrimientos, empeñado como estaba en llenar de peces los museos de Madrid.
Desde los dibujos amateurs del pequeño Cristóbal, la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid se veía como un castillo inalcanzable. Un trampolín capaz de convertir su afición en una profesión de futuro. Un objetivo que a los 18 años le llevó a cambiar a sus viejos maestros por los artistas de la capital. Tras sus aprobados en la copia de estampas y esculturas, el mallorquín se inició en el colorido de la mano de Antón Rafael Mengs.
«En el siglo XVIII la Academia estaba ligada a la corte y los pintores compaginaban sus proyectos reales con la enseñanza. A la llegada de Vilella, Mengs realizaba unos frescos para la decoración del Palacio Real de Madrid, por lo que es posible que el mallorquín le auxiliara», explica la doctora en Historia de la biología, y conservadora de museos, Isabel Azcárate.
«En el siglo XVIII la Academia estaba ligada a la corte y los pintores compaginaban sus proyectos reales con la enseñanza. A la llegada de Vilella, Mengs realizaba unos frescos para la decoración del Palacio Real de Madrid, por lo que es posible que el mallorquín le auxiliara», explica la doctora en Historia de la biología, y conservadora de museos, Isabel Azcárate.
En plena ebullición formativa estallaba el motín de Esquilache y con él continuas revueltas populares en la capital y los padres de Vilella, preocupados, reclamaron su vuelta a Mallorca. Ante el parón en su formación, el mallorquín quiso trabajar como pintor en la Isla, pero el gremio no reconocía sus estudios y se empeñaba en someterle a un examen para poder ejercer. «En el Renacimiento italiano se inició un movimiento que cambió el estatus social de los artistas. Su arte se entendía como actividad noble frente al trabajo mecánico de los artesanos. A los académicos, por ejemplo, se les otorgaba el privilegio de nobleza. Los enfrentamientos entre los gremios y las instituciones artísticas como las Academias, fueron continuos», afirma Azcárate, autora de La fauna de la Isla de Mallorca en la obra de Cristóbal Vilella.
La Academia quiso recomendarle a la Audiencia de Mallorca, pero antes de que le diera tiempo, Vilella se presentó al concurso para obtener el título de Académico donde coincidió con Francisco de Goya. Pese a no conseguirlo, el centro le nombró Académico de Honor.
Sumido en su retiro mallorquín, el artista no dejaba de pensar en las escuelas de la capital hasta que en 1776 se le presentó su gran oportunidad: el Gabinete de Historia Natural abría sus puertas en el mismo edificio de la Academia. Movido entre la ambición y la afición, Vilella vio en el Gabinete la posibilidad de dar a conocer su arte y envió al centro dibujos y piezas disecadas de flores, aves y peces.
Su talento y el empuje del futuro Carlos IV le convirtieron en una especie de corresponsal del Gabinete en Mallorca. «En el campo de la historia natural y antes de la aparición de la fotografía, el trabajo de los ilustradores era ineludible. Ningún texto podía suplir la riqueza informativa de un dibujo. Cualquier empresa científica de envergadura debía contar con un plantel de dibujantes», detalla la experta.
Lejos ya de la frustración de su vuelta, el mallorquín se dedicó en cuerpo y alma a la labor del Gabinete. Primero pagó a pescadores y cazadores para que le capturaran las piezas, pero finalmente fue él mismo quien las recolectaba. Dicen que fue en esta época cuando construyó una finca en El Terreno para trabajar libremente en la taxidermia sin las quejas de los vecinos por el mal olor de los compuestos químicos.
El envío de sus obras se complicaba por la incomunicación de Mallorca. La escasez de viajes hacía que tuviera que enviar las piezas junto a paisanos que se trasladaban a la capital. «Los ejemplares iban perfectamente embalados y numerados. Además llegaban acompañados de lo que denominó Noticias naturales a lo histórico con los nombres propios de esta isla donde describe los hábitats, la alimentación, las migraciones, etc.». El primer tratado sobre la fauna mediterráneo-balear que se conoce.
«¿Qué efecto haría la exhibición de un pez raya o de un delfín en los techos del Gabinete? Es indudable el asombro que causaron en el pueblo de Madrid esas especies nunca antes vistas en la meseta», asegura Azcárate. Una versión naturalista de Miquel Barceló.
En la fachada del madrileño Palacio de Goyeneche -sede original del Gabinete y la Academia- sigue rezando en latín: «Carlos III unió bajo el mismo techo a la naturaleza y el arte en pública utilidad». Vilella se encargó de plasmarlo sobre el lienzo.
Baleópolis nº25 28/07/2010
Fuentes
AZCÁRATE LUXÁN, Isabel. 'Cristóbal Vilella: un naturalista en la Academia'
AZCÁRATE LUXÁN, Isabel. 'Cristóbal Vilella y la fundación del Gabinete de Historia Natural en el siglo XVIII'
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