1823-1892
Entre clases de álgebra y trigonometría, Jeroni Frontera parecía labrarse un brillante porvenir. La escuela de contabilidad le abrió las puertas a las Matemáticas: una ciencia mucho más compleja que aquellas simples lecciones aplicables al negocio familiar. Obnubilado por el conocimiento puro, olvidó la parte práctica. Perdido entre las cuentas teóricas, nadie pudo evitar que sus negocios acabaran por llevarle a la ruina.
Octubre de 1823. La familia Frontera-Bauçà –conocida por su carácter instruido y su gran biblioteca– celebra el nacimiento de su hijo Jeroni. El mallorquín estudiaría en Sóller y después en el convento de San Francisco de Asís en Palma antes de que su padre determinara su futuro profesional: aprendería francés y los conocimientos necesarios en contabilidad para hacerse cargo de la empresa familiar.
Poco después de aquel 1840, Jeroni Frontera se trasladaba a Toulouse siguiendo los deseos paternos. Aquella escuela de comercio despertó en él la afición a las Matemáticas; pidió el consentimiento de su familia y consiguió ampliar su formación en el Real Colegio de Toulouse con clases de Geometría, Álgebra y Trigonometría que concluía con excelentes notas.
La vuelta a Mallorca en apenas un par de meses fue inevitable, pero Jeroni no cejaba en su empeño. Mientras sus paisanos abandonaban la Isla en busca de mejoras económicas, él era una especie de oveja negra que pedía regresar a Francia con el deseo de aprender. Reemprendió sus estudios de Matemáticas en el Liceo Louis-Le-Grand de París donde obtuvo el bachillerato, continuaba en la Escuela Politécnica y, por fin, en 1847 se licenciaba en Ciencias Matemáticas por la Sorbona. El acceso al cargo de catedrático tardó algo más. Su nacionalidad española parecía un problema insalvable con el que nunca conseguiría el puesto.
Su ascenso fue imparable. En 1851 la tesis Thèses d’Analyse el de Mecánique –con aplicaciones y generalizaciones del pensamiento de los más importantes matemáticos de la época– le permitía acceder al grado de Doctor. Unos años después, publicó la primera edición de Geométrie Analytique: un extenso manual para preparar el acceso a la Escuela Politécnica que también fue utilizado en la universidad española.
Embebido por aquella vorágine teórica de la ciencia, Frontera se alejaba cada vez más del carácter contable que su padre soñó para él. Dicen que, al mismo tiempo, perdió cautela y ganó en ingenuidad. Tanto que se empeñó por un negocio que prometía fortuna rápida y que acabó en ruina.
Los Lúcia fueron los culpables. Unos hermanos que tenían en Aragón fincas donde cultivaban regaliz: una planta con propiedades medicinales de gran consumo en la época. Tanto que contaban que en París había cinco fábricas dedicadas en exclusiva a falsificar la sustancia.
La fortuna se antojaba indiscutible: los recursos del país parecían inmensos y la demanda ilimitada.Con la intención de mejorar su situación económica y aumentar sus escasos ingresos como profesor, Frontera decidió sumarse al negocio. La posibilidad de obtener beneficios a corto plazo le parecía indiscutible. Un mes más tarde, la sociedad quedaba constituida. El padre del matemático hipotecaba sus fincas como aval, los hermanos Lúcia –más prudentes– no quisieron arriesgar su patrimonio. Eso sí, con dinero prestado que sería difícil de devolver.
La fortuna se antojaba indiscutible: los recursos del país parecían inmensos y la demanda ilimitada.Con la intención de mejorar su situación económica y aumentar sus escasos ingresos como profesor, Frontera decidió sumarse al negocio. La posibilidad de obtener beneficios a corto plazo le parecía indiscutible. Un mes más tarde, la sociedad quedaba constituida. El padre del matemático hipotecaba sus fincas como aval, los hermanos Lúcia –más prudentes– no quisieron arriesgar su patrimonio. Eso sí, con dinero prestado que sería difícil de devolver.
El resultado fue desastroso: en 1857 la empresa tuvo que cerrar con un pasivo que duplicaba su activo. Y de esas deudas, la mayor parte correspondían a los Frontera. Jeroni quiso ser considerado único deudor en lugar de su familia, pero sus preocupaciones comenzaron cuando el dinero necesario para hacer frente a los pagos comenzó a escasear. Por más que lo intentaban, las cuentas no salían.
Las deudas le obligaron a apretarse el cinturón y doblar las horas de trabajo. Una actividad exagerada que repercutió en su salud. En 1865 tras una enfermedad del corazón y un intento de descanso en Normandía, una afección a la vista le priva de leer y escribir hasta convertirse en algo imposible.
Su emigración intelectual había surtido efecto. La Reina Regente María Cristina nombró al mallorquín comendador de número de la Orden de Isabel La Católica en 1888.
Por su parte, la administración francesa le distinguió como Officier d’Académie. Pero para entonces él ya se preocupaba más de la paga que de los honores. Obligado a una eternidad austera, Jeroni Frontera falleció en París en 1892 poco después de haber logrado ahorrar lo suficiente como para visitar por última vez su Sóller natal.
Fuente
VICENS CASTANYER, Antoni. Jeroni Frontera, matemàtic: Un mallorquí a París durant el Segon Imperi
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VICENS CASTANYER, Antoni. Jeroni Frontera, matemàtic: Un mallorquí a París durant el Segon Imperi
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