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viernes, 11 de febrero de 2011

Josep Sureda i Blanes: un discípulo de Nobel

Josep Sureda Blanes
1890-1984

Hay quien dice que la burocracia acabó con la faceta investigadora de Josep Sureda Blanes. Él, hombre polifacético –«un Leonardo al que sólo le faltó dibujar», como apunta Ángel Terrón–, se vio superado por aquel sistema de oposiciones que hacía imposible su acceso a una cátedra. Con la universidad se le cerraban las puertas a una vida como investigador que, aunque costosa, se le antojaba apasionante. La química industrial fue entonces su vía de escape.

Nació en 1890 en Artà pero su padre, farmacéutico, había abierto botica en Palma y toda la familia se trasladó a la capital mallorquina cuando Josep Sureda apenas tenía dos años. Como dictaba la norma no escrita de la buena tradición familiar, casi dos décadas después, también él acabó por licenciarse en Farmacia en Barcelona. Después, se trasladó a Madrid para estudiar el Doctorado; pero para entonces, la profesión heredada ya no le convencía.

«Teníamos veinte años, Madrid tenía veinte años, España tenía veinte años y todo estaba en su sitio», parecía gritar Madrid con palabras que luego escribió Almudena Grandes. La ciudad que se abría ante sus ojos estaba llena de posibilidades. Sureda Blanes formaría parte de la primera promoción de la Residencia de Estudiantes antes de convertirse «en nido de artistas y hombres de ciencia», como explicaría después. «Pese a la escasez de medios, se presentía ya que desde allí se iba a hacer una gran obra», añadía.


Su vocación había dado un giro hacia la química. Una nueva senda que orientó un buen maestro, el catedrático de Química Orgánica, Antonio Medinaveitia. Él y el también catedrático Antonio Casares, se convirtieron en responsables de su beca en el extranjero con la Junta de Ampliación de Estudios. En 1913 llegó a la Universidad de Munich para estudiar Química bajo la dirección del profesor Heinrich O. Wieland, quien sería galardonado con el Nobel de Química en 1927.

«Alemania era entonces uno de los países punteros en ciencia. Comparado con España era otro mundo. La República consiguió acortar la distancia pero después de la Guerra Civil, la situación no se recuperó hasta los 60», explica el profesor titular de Química Inorgánica de la UIB, Ángel Terrón. Sin embargo, sólo un año después, el estallido de la Primera Guerra Mundial dejaba en suspensión las pensiones para ampliar estudios, y el mallorquín regresaba a España.

En 1916 regresa a Europa. Suiza se convierte esta vez en su objetivo bajo la dirección del profesor Hermann Staudinger, Nobel de Química en 1953. A esa impresionante nómina de maestros aún se sumaría el croata Leopold Ruzicka, Nobel en 1939 por la síntesis de la vitamina C. «Sureda y Blanes fue, probablemente, el mallorquín que más trabajó con investigadores de primera línea», asegura Terrón. Para entonces él mismo sabía que no volvería a la farmacia paterna.

De repente, en los años 30, su faceta investigadora se corta de raíz. «Su hijo explicó que Sureda Blanes no se veía con coraje para aprobar las oposiciones a la vieja usanza. La carrera académica era muy dura y la cátedra parecía el único futuro posible para la investigación», relata el profesor de la UIB. Desalentado, el mallorquín abandonó la investigación científica para pasarse a las aplicaciones en la industria.

Donde hoy se levanta el Centro Comercial Porto Pi estaba la destilería de petróleo propiedad de Juan March en la que Sureda Blanes trabajó. Después, la fábrica de amoniaco sintético de la Sociedad Ibérica del Nitrógeno; luego, las Industrias Agrícolas de Mallorca. Inmerso en su faceta de químico industrial, publicó un artículo sobre la fabricación de ácido nítrico a partir de limones.

Paralelamente, se convirtió en divulgador de su propia ciencia. Fue socio fundador de la Sociedad Española de Historia de la Medicina, académico numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Palma. Escribió en las revistas Anales de la Sociedad Española de Física y Química, Ciència, Chemiker Zeitung. Cuando puso a Baleares en el punto de mira, se convirtió en historiador científico. Las Academias Médicas de Mallorca (1781–1831) y su traducción del Die Balearen –en doce volúmenes cada uno con un prólogo– marcaron un hito capital.

«Se dedicó a tantas facetas que quizá eso hizo que su trascendencia fuera menor que si se hubiera concentrado sólo en una. Sin embargo ahí radicaba su modernidad. Era una especie de Leonardo local al que sólo le faltaba dibujar», señala Terrón. Desde la Asociación per la Cultura de Mallorca y la revista La Nostra Terra reinvidicó la contribución de los isleños al progreso técnico: Mallorca i la tradició tècnica, La creació científica, Orfila i la seva època (ver entrada), Ramon Llull i l’origen de la cartografia mallorquina, etc. Pese a permanecer entre la nómina de autores menos conocidos, el nombramiento como Doctor honoris causa por la UIB en 1983 subsanó aquella espinita que le había quedado con la universidad.

Baleópolis nº65 01/06/2010

Fuentes
SUREDA BLANES, Josep. Antologia científica

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